Si bien Aragay, el director general de la Fundación
Jesuitas de Educación (FJE), afirma lo siguiente: “en
vez de mirar el BOE o el DOGC, miramos la cara de los niños y les ayudamos a
desarrollar su proyecto vital, a descubrir sus talentos, a encontrar sentido a
lo que hacen, a lo que quieren conseguir, a saber interpretar, a reflexionar, a
cuestionar. Junto con la familia e internet, intentamos construir personas”;
ello no está tan lejos del BOE de lo que pudiéramos pensar en un principio.
Ya en el Preámbulo I de
la LOMCE se defiende que “El alumnado es el centro y la razón de ser de la educación.
[…] Por ello, todos y cada uno de los alumnos y alumnas serán objeto de una
atención, en la búsqueda de desarrollo del talento”. En el Preámbulo II de esta
misma Ley educativa sigue afirmando que “Las familias son las primeras
responsables de la educación de sus hijos y por ello el sistema educativo tiene
que contar con la familia y confiar en sus decisiones”. Continua esta ley
afirmando en su Preámbulo IV que “Las habilidades cognitivas, siendo imprescindibles,
no son suficientes; es necesario adquirir desde edades tempranas competencias
transversales, como el pensamiento crítico, la gestión de la diversidad, la
creatividad o la capacidad de comunicar, y actitudes clave como la confianza
individual, el entusiasmo, la constancia y la aceptación del cambio”. Y por
último el Preámbulo XI determina que “La incorporación generalizada al sistema
educativo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) […]
permitirá personalizar la educación y adaptarla a las necesidades y al ritmo de
cada alumno y alumna. […] Serán también una herramienta clave en la formación
del profesorado y en el aprendizaje de los ciudadanos a lo largo de toda la
vida”.
Comprobemos pues con
estas afirmaciones cómo la FJE no hace más que defender y poner en práctica
algunos de los asuntos clave tratados en la ley educativa vigente y publicada
en el BOE. Por lo tanto una de las preguntas apropiadas sería qué es lo que les
hace diferente a esta Fundación.
Como hemos leído en el
capítulo 5 de Dar clase con la boca
cerrada “Escribir, discute Platón, […] únicamente sustituye con apariencia
de sabiduría a la misma sabiduría. […] Escribir no puede enseñar, dice Platón.
Leer no puede conducir al conocimiento. Como mucho, un texto escrito sirve sólo
como recordatorio de lo que el lector ya sabe”. Por lo tanto lo que parece
haber hecho la FJE es ir más allá que la mera lectura del BOE (puesto que están
obligados a su cumplimiento), es decir, han reflexionado sobre la manera útil
de poner en práctica los objetivos que allí se definen. Para ello han hecho uso
del derecho de cualquier docente (o institución educativa) a la “libre cátedra”,
modificando así la metodología de trabajo, la tecnología empleada en el aula y
las relaciones de los miembros de la comunidad educativa.
El éxito o la derrota
de este cambio de paradigma educativo estará por ver más adelante, evaluando,
como no, el proceso de enseñanza – aprendizaje de su comunidad educativa.
Bajo mi experiencia
puedo augurar un alto porcentaje de éxito ya que yo misma fui educada en un
centro escolar público cuyo proyecto educativo era bastante similar al
propuesto por la FJE. En el Isidro Almazán, nombre de dicho colegio, no era
necesario que los alumnos llevasen mochilas, libros o material escolar. Todo
ello se encontraba en las aulas. Éstas eran muy amplias y en todas ellas había
los siguientes espacios:
·
La alfombra: este era el espacio más importante del aula,
puesto que era el lugar donde debatíamos las ideas del día: podía tratarse de
una noticia que había salido en la televisión, una inquietud de algún alumno,
una clase de educación sexual o bien simplemente tratarse de los contenidos que
se impartirían en el día de cualquiera de las asignaturas. Allí nos sentábamos
y reflexionábamos acerca de nuestras ideas, creando finalmente conocimiento.
·
De lectura: Este era un espacio lleno de cojines donde aquél
alumno que lo deseara podía coger en cualquier momento cualquier libro de la
estantería y leerlo. Los había de todos los tipos: cuentos, científicos, de
adivinanzas, de texto...
·
De trabajo: Teníamos mesas organizadas de tal manera que se
podían sentar 4 o más alumnos alrededor de ella y sobre las cuales estaban
todos los materiales que necesitaríamos para el trabajo de cada cual. De esta
manera se favorecía el trabajo cooperativo y la participación activa.
En
este colegio no se empleaban los libros de texto, salvo para consultas en caso
de dudas o para investigar sobre un tema concreto. Es decir, eran los
profesores quienes diseñaban los temarios del curso para cada asignatura.
Además
cada alumno decidía en cada momento qué asignatura trabajar o si quería tomarse
un tiempo de ocio, por lo que podía ir al ritmo con el que se encontrase más
cómodo. Así en un mismo aula un alumno podría estar trabajando sobre un tema de
matemáticas mientras que su compañero uno de lenguaje. De esa forma los
profesores atendían a cada uno según sus necesidades y podía recomendarle cómo
tomar una u otra decisión a la hora de elegir tema nuevo.
Para
el estudio de los temas, los alumnos debían consultar los libros científicos y
de texto que se hallaban en el rincón de lectura.
Con
este sistema educativo todos los alumnos conseguían los objetivos de cada
curso, salvo excepciones muy minoritarias. Además de esta forma se aprendía a
compartir, a trabajar en grupo, y a ser ciudadanos críticos capaces de tomar
decisiones. Esto es, el alumno se hacía responsable de su propio aprendizaje.
Y
es que como defiende Miguel Ángel Santos Guerra en su artículo Epistemología genética y numismática o el
absurdo hábito de la copia “Existe en el ser humano un deseo innato de
explorar, de aprender, de buscar y descubrir. […] Son aprendizajes espontáneos,
basados en intereses, adaptados a las capacidades y al ritmo de cada uno”. Así
pues, si atendemos a dichos principios, esto es, partiendo de los intereses y
necesidades de cada alumno, seremos capaces de que ellos mismos sean creadores
de su propio conocimiento, tal como pretenden lograr en la FJE.